La psoriasis es una enfermedad crónica, no transmisible, dolorosa, que en la actualidad
no tiene cura y puede afectar el aspecto físico de la persona e impactar negativamente
sobre la calidad de vida (CV) de los pacientes. Puede ocurrir a cualquier edad y es más común en el grupo etario entre los 40 y los 59 años, con una prevalencia variante entre los países de 0,09% a 11,4%, lo cual la convierte en un grave problema de salud pública a nivel mundial.
Además de la piel, la psoriasis puede estar asociada con una artritis inflamatoria
conocida como Artritis Psoriásica (APs) que puede afectar cualquier articulación
incluyendo la columna vertebral, estimándose que alrededor del 30 al 40% de los
pacientes la desarrollarán en algún momento de su vida.
Generalmente la derivación de los pacientes al reumatólogo puede ser tardía y, alrededor del 30% pueden quedar subdiagnosticados, lo que dificulta aún su atención, ya que sin un diagnóstico y tratamiento oportuno, los pacientes están en riesgo de presentar lesiones en sus articulaciones afectando su calidad de vida.
En América Latina el problema de la psoriasis y sus comorbilidades es un reto creciente de salud pública, esto en parte por la gran inequidad en la distribución de los insumos de salud, atención médica y el enfoque de los gobiernos por priorizar la distribución de recursos para el control de las enfermedades agudas.
Con respecto a la historia natural de la enfermedad, las personas con enfermedad
psoriásica (EP) pueden pasar por períodos de dolor intenso, fatiga, prurito insoportable,
eritema generalizado o segmentario con o sin descamación, sangrado de grandes
áreas de la piel y afección de las articulaciones. Investigaciones recientes también
sugieren que el riesgo de comorbilidades como las enfermedades cardiovasculares
esta aumentado en estos pacientes, magnificando así la necesidad crítica del
acceso oportuno a opciones de tratamientos eficaces.
La psoriasis antiguamente se consideraba como una enfermedad limitada a la piel con pocas implicaciones en la salud general, pero en estudios epidemiológicos más recientes se ha demostrado que los pacientes con psoriasis tienen un incremento en la incidencia de otras condiciones crónicas inflamatorias, tales como artritis reumatoide, enfermedad inflamatoria intestinal, obesidad, diabetes mellitus tipo 2, enfermedad cardiovascular, ictus, depresión y ansiedad, por lo que ahora se considera como una enfermedad sistémica en la que el impacto es más que cosmético.
Por otro lado, se estima que alrededor de un 10% de los pacientes de 18 a 34 años, pueden presentar ideación suicida. Discutir los puntos de vista, las emociones y el comportamiento de los pacientes puede permitir la identificación de "señales de alerta" que pueden ser responsables de la angustia psicológica. Bajo este marco, los pacientes con psoriasis tienen un 39% más de probabilidades de ser diagnosticados con depresión que aquellos que no la padecen, mientras que el riesgo de un diagnóstico de ansiedad es un 31% más alto.
Entendiendo la Artritis Psoriásica (APs)
Los pacientes con APs presentan pronósticos variables: aproximadamente el 47% desarrolla erosiones radiográficas evidentes a los 2 años después del diagnóstico y hasta un 68% después de los 5 años. Hasta el 40% de los pacientes con APs desarrollarán enfermedad axial y se estima que entre el 5 y el 8% desarrollan el fenotipo extremo de la Artritis Psoriásica Mutilante. Hasta el 84% de los pacientes con APs presentan manifestaciones cutáneas antes del primer síntoma clínico evidente a nivel articular.
Hace algunos años algunos profesionales mantenían la idea errónea de que la APs tenía un curso más leve que la artritis reumatoide (AR) y no requería un tratamiento específico; sin embargo, estudios recientes muestran que la APs constituye una artropatía progresiva e incapacitante con consecuencias tan graves como la AR. La falta de conocimiento de los síntomas entre los pacientes, los médicos de atención primaria y los dermatólogos pueden retrasar la derivación de un paciente al reumatólogo.
Hasta el 84% de los pacientes con APs presentan manifestaciones cutáneas antes del primer síntoma clínico evidente a nivel articular.
Los dermatólogos son los primeros especialistas en enfrentarse al reto de establecer un diagnóstico precoz de la APs y aunque están ampliamente familiarizados con las lesiones cutáneas de la psoriasis, pueden tener menos experiencia con las manifestaciones musculoesqueléticas asociadas, además de que la mayoría no realizan un cribado de APs en la práctica clínica habitual lo que implica un potencial retraso diagnóstico.
La prevalencia estimada de APs no diagnosticada entre los pacientes con psoriasis que están recibiendo tratamiento en consultas dermatológicas oscila entre el 15 y el 30%. Por lo que para garantizar unos buenos resultados clínicos a largo plazo es esencial que los dermatólogos lleven a cabo un cribado sistemático de la APs en los pacientes con psoriasis, por lo que deben obtener una formación y una práctica adecuadas que les permitan hacer un diagnóstico de sospecha de APs y realizar una derivación precoz al reumatólogo, quien podrá confirmar el diagnóstico e iniciar el tratamiento antes de que se produzca un daño articular permanente.
El diagnóstico tardío da como resultado mayor deterioro funcional y erosión ósea provocando retraso en el tratamiento, lo que puede impactar negativamente la salud mental del paciente debido al aumento de las limitaciones funcionales y la disminución de la calidad de vida. La importancia de trabajar a través de un grupo interdisciplinario que incluya a los Dermatólogos para lograr reducir el número de pacientes que quedan sin diagnosticar es elemental.
Fuentes: Documento de posición sobre necesidades de atención en psoriasis y artritis psoriásica. Una iniciativa de PANLAR.
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